España agota el Diccionario con una exhibición de fútbol ante Venezuela (5-0)

Selección Española Absoluta; Equipo titular ante Venezuela

Alineaciones:

España: Casillas, Piqué, Iniesta (Cazorla), Fábregas (Muniain), Alonso (Xavi), Ramos (Puyol), Busquets, Arbeloa, Llorente (Soldado), Silva (Navas), Jordi Alba.

Venezuela: Hernández, Vizcarrondo, Amorebieta, Mea Vitalia (Flores), Miku (Túñez), Rincón, Julio Álvarez, Quijada (Rolf Fletsher), Rosales, Arango (González), Rondón (Frank Fletsher).

Árbitros: Andris Treimanis (LET), Haralds Gudermanis (LET), Aleksejs Spasjonnikovs (LET), David Fernández Borbalán (ESP)

Goles: Iniesta (min. 36), Silva (min. 39), Soldado (min. 49, 53, 84)

Tarjetas: Amorebieta, tarjeta roja, min. 64. Fábregas, tarjeta amarilla, min. 68;

Incidencias: Partido internacional a beneficio del sindicato de futbolistas AFE.

Comentario:

Marcó Andrés Iniesta, primero, David Silva después y Roberto Soldado se lució como goleador con el “9” en su espalda en tres ocasiones, además de ver cómo Dani Hernández le detenía un penalty cometido por Amorebieta sobre el propio Soldado. Noche completa. Mágica.

No quedan palabras, le faltan hojas al libro de cabecera de la Real Academia Española para explicar los conceptos y las materializaciones que España lleva a cabo con el fútbol. Parece imposible que se detengan los relojes cuando el balón se pasea enamorado entre las botas de nuestros futbolistas. Toques y más toques, de sutileza y de ternura, de cariño hacia el objeto más valioso que tiene este deporte, convierten el juego en espectáculo y el espectáculo en fiesta, en una sensación de placer insuperable para los sentidos. Se torna indescriptible la enseñanza del fútbol, la apertura de todos los conceptos del balompié, de su puesta en marcha y de su realización. La maquinaria perfecta ante la cuarta selección de América no dejó títere con cabeza.

Del Bosque debería haber firmado con Azorín “Las confesiones de un pequeño filósofo” o los “Episodios Nacionales” con Benito Pérez Galdós o una parte del Quijote cervantino que Iniesta convierte en real cada vez que se gira cerca de una pelota. No hay poesía para expresar los sentimientos que revela, como una pluma brillante, como un corazón caliente, como un alma cándida, como un sueño interminable, no hay poesía que pueda definir este escalofrío que recorre el cuerpo ante el privilegio de vivir para ver a estos futbolistas. Quizá debiéramos reunir a Lorca con Machado, a Darío o a Cernuda, a Benedetti, a Amado Nervo o a Bécquer, quizá, para que vuelvan con un balón por el cielo aquellas oscuras golondrinas.

España es Campeona del Mundo; lo recuerda y se siente orgullosa de ello. Por eso, cuando marca el primer gol se va corriendo a por el segundo y así sucesivamente con una ambición interminable. Algunas veces, obligan al espectador profesional a dejar de pensar para limitarse a sentir. Los ojos no se cansan jamás de la belleza; la llevan a la memoria para que allí se eternice.

Bastaría decir en la crónica diacrónica, analizando el tiempo transcurrido, que la Selección salió a “La Rosaleda” con las ideas claras y las fuerzas intactas, como si le fuera la vida en el empeño ante un equipo, la “Vinotinto” venezolana, que terminó rezando para que el final llegase cuanto antes. Se podría escribir que España se situó de manera impecable, con los cuatro zagueros, Arbeloa, Piqué, Ramos y Alba, por delante del Capitán Casillas. Que lo bordaron, como lo hicieron unos metros por delante Busquets, Xabi Alonso, y Cesc, del mismo modo que lo crujieron Silva, Llorente e Iniesta en los límites del área. Lo mismo que un poco más de noche lo crujieron Puyol, Cazorla, Xavi, Muniain, Navas y un Soldado convertido en general de división. Y sobraría con dejar constancia en los folios de que una combinación maravillosa iniciada por Busquets puso la pelota en los pies de Iniesta, que marcó el primero a los treinta y seis minutos. Y que Silva hizo el segundo tras una pared de oro en la frontal cuatro minutos más tarde. Por supuesto, la segunda parte fue un obsequio para Soldado, que se puso el “9” a la espalda como el que pasea un chupachups y se sacó de la chistera tres goles como tres soles, en el cuatro, en el ocho y en el treinta y ocho con aspecto de conejos y palomas. El truco del sombrero. El hat-trick. Un poco antes deberíamos dejar para el recuerdo una escapada terrible del valenciano que Amorebieta cortó con un agarrón que le costó el penalty y la tarjeta roja. Sin embargo, eso no haría justicia al partido.

Necesitamos elogiar en su dimensión. Nos gusta el debate de las ideas, la filosofía de la cuestión por principio a cualquier planteamiento para dejarnos vencer por el peso mayor de los argumentos mejores. Y, en esto, la España de Del Bosque, Grande, Miñano, Jiménez y compañía, resulta ejemplar. Pone sobre el campo las mayores virtudes. En primer lugar, la calidad y el talento. Más tarde, esboza la solidaridad de un grupo de deportistas de alto nivel que se sabe fuerte en la unidad indescriptible y sin fisura de las relaciones humanas, del compañerismo llevado hasta grado extremo. Lejos de conformarse con ello, aporta una sobredosis de trabajo, de esfuerzo, de galopadas de un lado para otro, llenas todas ellas de abundante sentido común. Aportan creatividad, partiendo de un concepto estético de la idea hacia un desarrollo plástico gratificante para el buen gusto. No golpean el balón; lo acarician. No lo agreden; lo enternecen. Se diría que lo endulzan. No lo castigan; lo elevan a la categoría de arte. Y, así, van pasando los minutos mientras se cosen con primor jugadas de belleza sublime, toques cortos o largos, pases al pie o al espacio, rondos a mil hora en los que la pelota no se ve sino tan sólo se escucha cuando contacta con las botas; pasa el tiempo probando incluso tácticas diferentes, movimientos por ensayar sobre los siete mil metros cuadrados de la luminosa verdura de un campo de juego. Y siempre con la vista al frente para buscar el camino del gol, ese rey de reyes que el fútbol encumbra en cada oportunidad.

Venezuela se convirtió en lector de esta poesía, en devorador de la prosa rojiza, en espectador circunstancial de una representación majestuosa. No hay palabras. Se pierde el valor de los adjetivos, la fuerza de las calificaciones. Ya todo es etéreo, inalcanzable, inaccesible, único en sí mismo, como un concierto angelical, como una sinfonía de Beethoven, como una cantata de Bach, como una estación de Vivaldi, como una marcha de Strauss. Música, poesía, arte. Nobleza intelectual llevada a cabo con profundo respeto hacia un rival del que apenas se puede contar más allá de su alineación y de los pensamientos de su excelente entrenador, César Farías. Al seleccionador de la “Vinotinto”, le vendrán sueños delbosquianos, el olor de la hierba mojada de esa “Rosaleda” que aún respiraba por Blas Infante; quizá se despierte creyendo que no lo ha vivido pero, al instante, alcanzará la certeza de que fue verdad. Sucedió en el oscurecer costasoleño, al oriente meridional de un imperio secular que se llama España.

RFEF

Más noticias que te pueden interesar

Comenta esta noticia

Los comentarios están desactivados temporalmente. En breve estarán disponibles de nuevo.