Juega y golea España, señores, es un placer (0-4)

España golea a Bielorusia

Ficha técnica.

Bielorrusia, 0 ; España, 4 (Jordi Alba y Pedro, tres ).

Alineaciones:

Bielorrusia: Verenko; Shitov, Filipenko, Plaskonny, Martinovich; Volodko (Kislyak, 46’), Dragun (Chukhley, 78’), Tigorev, Bordachyov, Hleb; Rodionov (Bressan, 64’).

España: Casillas; Arbeloa, Busquets, Ramos (Albiol, 69’), Alba; Xabi Alonso; Cazorla, Xavi Hernández (Villa, 75’), Silva (Iniesta, 56’), Pedro; Cesc.

Comentario:

La selección española ha dado un firme paso adelante en sus aspiraciones a conseguir la clasificación para el Mundial 2014 (Brasil) con un concluyente triunfo en un campo que se presentía de riesgo extremo. La importancia de la victoria no radica solo en la forma especialmente rotunda sobre la que se afirmó, con tres dianas mortíferas de Pedro en la mejor de sus noches con España, sino en el modo en que se obtuvo. Una primorosa primera parte llevó a los ejércitos de Vicente del Bosque a dejar resuelto el choque cuando Bielorrusia aún soñaba con presentar alguna resistencia. Una utopía con la que el equipo nacional acabó en un suspiro.

Es de suponer que el debate sobre qué ariete debe finalizar el fútbol de España va a repetirse cíclicamente sin que, con toda probabilidad, alcancemos a darlo por terminado, quizás porque así se alimenta una especie de morbo que contribuye a generar expectación. La solución a este asunto no parece fácil, porque, además, tampoco hay interés en darlo por concluido. A fin de cuentas todo aquello que genera discusión contribuye, dicen, al incremento del espectáculo. Bueno…

Ese largo asunto acompaña a España desde que la selección es lo que es. No podemos olvidar que la fuente de los éxitos de su máximo realizador, Villa, le tuvo en raras ocasiones en el vértice y en muchas incorporándose de banda izquierda hacia el centro. Desde hace tiempo, sin embargo, los realizadores de España son de lo más plural y proceden de las más diversas zonas del campo, especialmente desde los centrocampistas. Ha habido, también, apariciones ofensivas de defensas con gol. De Puyol, de Piqué, de Ramos…Una de ellas, la última, la de Jordi Alba, en Minsk, a los 11 minutos de partido para abrir el marcador ante Bielorrusia, tras driblar al guardameta con el garbo del más sofisticado delantero. Fortuna que tenemos y que aprovechamos.

Los diez primeros minutos del partido en la capital bielorrusa deberían dejar zanjada la discusión de la que hablamos y no hablamos de especulaciones, hablamos de ellos; de hechos, porque en ese período tan corto de juego España no solo hizo el gol del lateral, sino que malogró dos magníficas ocasiones, la primera de Cesc, tras un colosal pase de Alonso a Silva y del canario a Fábregas, con disparo de éste que repelió la madera; la segunda del canario, solo ante Veremko. Hubo una tercera, de Pedro, que blocó el guardameta local y el gol, naturalmente. Cuatro en un puñado de minutos.

Hay placeres que ninguna cuestión a discutir empañan. Hay modos de jugar que no se cansa uno de ver por más que sean conocidos. Es como esas grandes películas que uno contempla docenas de veces: “El tercer hombre”, “La diligencia”, “Ciudadano Kane”, las que quieran, según los gustos; hay modos de manejar el balón que se corresponden más con quienes manejan las manos, una orquesta, por ejemplo, que con quienes emplean los pies. ¿Qué fórmula mágica acompaña a una selección que en cuatro minutos crea dos espléndidas ocasiones de gol en territorio difícil, frente a un adversario físico y con el frío cortándote el rostro? Ya sabemos que es lo que tiene España y cómo lo emplea, pero ¿no lo saben, también, sus adversarios? ¿Por qué no es posible hacer nada o poco ante ella? ¿Es tanta la diferencia? Cuando la selección juega como en el primer tiempo de Minsk, sin duda. Es entonces cuando las distancias se convierten en simas abisales.

España brindó una soberana, soberbia, espléndida, el calificativo que prefieran elegir, en los primeros veinte minutos del choque de Minsk. A lo que hizo añadió el gol de Pedro, segundo de la noche, en un ejercicio de autoridad realmente incontestable. Dueño del medio campo, el magisterio del equipo alcanzó notas sublimes cuando el balón pasó por las botas de sus creadores ante la estupefacción del público y el entusiasmo de tres decenas de seguidores surgidos de no se sabe dónde. Y no fue penar de Bielorrusia lo que le hizo pagar ese peaje, no, créanlo, fue la majestuosidad de un rival que en Cazorla, Xavi y Silva tuvo el triple eje capaz de convertir un duelo presuntamente apretado en lo físico y áspero en un ejercicio de una belleza abrumadora. Cesc estuvo a dos dedos de cerrarlo a los 40’, pero no llegó al portentoso pase de Silva, cierre de un tiempo de embrujo, de noche redonda en todos los aspectos.

Mantener aquella suerte de prodigio parecía literalmente imposible y lo habría sido para cualquiera, pero no para el campeón de Europa y del mundo. España mantuvo las constantes que se le conocen y que son una especie de maná inacabable. Nada más empezar el segundo tiempo, Silva no llegó a un centro mortífero de Alba por el canto de un euro y a los ocho minutos quien tuvo que emplearse a fondo para evitar el 0-3 fue la pareja Filipenko-Veremko, el primero desviando un balón peligrosísimo hacia su portal y el guardameta sacándolo por los pelos. Aunque el embelese del prodigio se daba por liquidado, pensando todos en ganar más ventaja, pero, de paso, mirando hacia Francia, la selección no remitió en su afán goleador, que alcanzó en Pedro el mayor de sus exponentes. El tinerfeño añadió a su gran diana de la primera mitad otras dos en tres minutos de la segunda, sellando de ese modo una actuación personal memorable a la que nadie pudo poner coto, aprovechando al máximo el fluido magistral de un ballet que dejó en pañales el afamado de los locales, rendidos sin remisión a la superioridad incontestable de un equipo ante el que hay que descubrirse.

Por cierto: ¿seguimos hablando de jugar con o sin ariete?

Fotos de C. Rubio.
RFEF

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